domingo, 3 de abril de 2011

Leyenda sin Memoria, Beso sin Recuerdo


Cuenta una vieja leyenda, olvidada por el viento del pasado, que en un principio la Tierra era un desierto inhabitable. Un día dos inmortales, un hombre y una mujer, que cayeron por casualidad en el planeta, encontraron a un primitivo animal en agonía, los rayos del sol, que caían directamente en las rocas, lo habían quemado hasta dejarlos sin pelo ni piel y no existía elemento alguno que pueda refrescar sus llagas. Los inmortales tenían que tomar la decisión, salvarlo o dejarlo morir. Durante miles de años se esforzaron por mantener viva a la criatura, esfuerzo que desembocó en un amor irresistible, pero la exhaustiva tarea no les permitió conjurarlo: no les daba tiempo para tocarse. A pesar de que siempre estaban frente a frente, muy cerca, nunca pudieron besarse. En una ocasión, mientras conversaban, se dieron cuenta de que el animal, al que habían llamado Hombre, necesitaba desplazarse por el planeta, además de que ya había descubierto la manera de reproducirse, así que tenían que tomar la determinación de ser los protectores de la nueva especie o abandonarla a su suerte. Estaban consientes que para eso tenían que inmolarse totalmente a la tierra, y, con la sabiduría que solo un Dios tiene, lo hicieron de la mejor manera. Mar, la inmortal, fue la primera: entregó su cuerpo a la creación de los de la bóveda que contendría a los océanos y los ríos. Después vino Cielo el inmortal: se entregó al viento y a las estrellas, creando un subsuelo que cubra al Hombre de sol y su peligro. No se despidieron con más que una mirada, sin tocarse sin besarse, frente a frente. El Hombre, consciente del amor que había frustrado por su ínfima existencia, sacrificó el recuerdo de esta historia, todo para que Cielo y Mar se pudieran tocar. Es así que el hombre invento el acto más romántico de la existencia del Universo: creó al Atardecer. En su primera frase articulada lo califico como -El único momento en el día en que Mar y Cielo se dan un beso-. El pacto quedó sellado. Ahora el hombre ha olvidado esta historia, pero recuerda, desde siempre, que no existe mayor romance que el que nace del beso del sacrificio al Atardecer.

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