martes, 12 de abril de 2011

¿Tiempo sin Muerte? ¿Muerte sin Tiempo?

Por mucho tiempo un chico vio pasar, todos los días, a un cenizo y pequeño anciano, de larga barba blanca, contextura tísica, y que además no podía caminar sin dejar de apoyarse en un arrugado bastón de madera. El viejo sabio siempre subía hacia el tope de un risco, se sentaba al borde y gastaba hora tras hora jugando con la arena, pasándola de una mano a otra. Un día, el chico, impulsado por su juvenil intriga, se dirigió hacia la frágil figura y le preguntó qué es lo que hacía. El anciano, sin mirarlo, respondió: -Disfruto la vida-. El chico rió con desdén, -¿Cómo puede disfrutar la vida si la desperdicia siempre en este lugar?- dijo el muchacho sin dejar de reír. El pequeño hombre, concentrado en su empresa, continuó:-Eso tú lo piensas porque no entiendes lo que es la muerte-. El muchacho, ahora confundido por la respuesta, decidió sentarse. -Todo empieza con entender lo que es el destino, y todo lo puedes resolver con tus dos manos y un puñado de arena-, dijo el sabio. El chico solo miro sus extremidades con asombro, -¿Cómo?-. El viejo movió su bastón, enterró sus flacos dedos de su mano izquierda en la arena, tomó todo lo que pudo, la levantó boca a arriba y la cerró, -esto es el tiempo-, susurró sin quitar los ojos de su puño. Luego, en un movimiento lento, extendió su palma derecha bajo la mano llena de arena, -esta es la muerte- continuó. Dejó caer una hilacha continua del elemento, -Este es el paso del tiempo, cada vez más rápida, cada vez con menos peso, cada vez con menos fuerza-. Un minuto después, su mano izquierda se quedó vacía y  la derecha contenía una pequeña duna, -todo el mundo sabe que cuando el tiempo se acaba, cuando la arena deja de caer, la muerte está llena-, levantó ante los ojos del joven sus extremidades, -Pero casi nadie entiende que la arena no solo sirve para ser desechada hacia la muerte, sino que también sirve, para que un anciano entienda y disfrute su propia vida- explicó el hombre mientras depositaba la montaña de polvo en las manos del muchacho. –Mi tiempo ya se acabó, mi muerte se llenó, ahora tú, utiliza este puñado para empezar tu vida-, gritó aquel hombre mientras se esfumaba con el viento. Durante cien años el chico, ya hecho hombre, repitió el mismo rito aprendido de aquel anciano. En sus manos millones de vidas nacieron y murieron sin ser reconocidas, al igual que perecería su existencia, ya que nunca hubo un joven lo suficientemente valiente como para preguntar: -¿Qué es lo que haces?-. Ahora infinitas las vidas que nacen y mueren en esas manos llaman a su creador Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario