Un día, Dictarador, a causa de la mala fama (merecida o no lo juzgará el lector) que uno de los fieles servidores de Universino le daba alrededor del pueblo, decidió acudir a un mediador, a quien, por alguna razón llamaremos Justicia Eduadoriana. Justicia, al ver lo que pasaba, y cansada de una pelea que por mucho tiempo le había incomodado, decidió darle la razón a Dictarador, tomando, como prueba de una agresión, una carta que Universindo había clavado en la plaza central, firmada por su fiel empleado. Es así que Justicia dictamino, como castigo, que se le quitaran todos los bienes al atacante para entregárselos a Dictarador, desterró a su empleado, y le prohibió decir más de mil palabras al día.
Ya pasado un tiempo, y utilizada cada una de las mil palabras, Universindo no paraba de quejarse de su cruel castigo, aunque en realidad nadie contaba las palabras que él pronunciaba (suponemos que Universindo decía la verdad). Por otro lado, Dictarador, feliz del fallo a su favor, empezó a utilizar a Justicia Eduadoriana para quitarse de encima a todos aquellos que emitan rumores y juicios críticos en contra de él, tal y como lo hizo con su gran enemigo. Según Universindo, el pueblo estaba devastado por la falta de libertad que existía. Según Dictarador, la gente estaba feliz ya que no existían injusticias. Según los pobladores… ¡Bueno! no se sabe lo que dicen los pobladores, porque aún no se los ha podido escuchar, pero debemos suponer que algo deben pensar, a favor de alguno deben estar, al fin y al cabo, eso no parece ser lo importante de la historia.
Como las cosas, con tantas palabras que circulaban por la calle, hicieron que el ánimo del pueblo se tensionara, los dos terratenientes decidieron recluirse en sus grandes haciendas, pero no sin antes rodearse, cada uno, de sus amigos y colegas más cercanos. Así que ahora la pugna por demostrar quién realmente tiene la razón recaía sobre los defensores de aquellos poderosos personajes. Universindo había contratado, a la mitad del juicio, a un hombre vivaz y manipulador llamado Justoen Campaña. Dictarador, en cambio, contrató a un joven, inteligente y que tenía una peculiar afición por la ironía, a quien le decían Imprenta Veraz. Entre papeles, leyes, juicios, leyes de otros pueblos, ejemplos de otros continentes, sentimientos encontrados, campañas políticas, manipulación masiva, lindas expresiones, malas ideas, contradicciones, salidas de temas, alusiones personales, entre esto y varias cosas más, se hablaron muchas cosas, se dijeron pocas, y de lo poco que se dijo casi nada se les entendió. La confusión llegó a tal punto que las personas ya no escuchaban, habían sido hábilmente manipuladas para solo oír sin pensar. Incluso, tal fue lo raro de este fenómeno, que en otros pueblos le decían el fenómeno del Circo de Eduador: en donde las focas gritan y aplauden a la orden de dos payasos.
Al final, gracias a tantas pruebas, discusiones, y puntos de vista, el pueblo se quedó callado. No, En realidad el pueblo no se quedó callado, si los pensamos bien, el pueblo nunca habló, ¿será que también a ellos se les prohibió decir más de mil palabras? Pues las estarán guardando, o ¿será que los terratenientes, y sus representantes, gritan tan fuerte que no se puede escuchar más que su ira inundando todo el lugar? La verdad es que, pase lo que pase, Universindo y Dictarador, siguen siendo los dueños del pueblo, y si han hecho algo por mejorarlo, en este tiempo, no se ha notado.
Q chevere que escribes vic...
ResponderEliminarFelicitaciones... Me gusto mucho :)
Humorístico, certero, crítico, poético... y no estoy hablando del autor sino apenas de este cuento ;) jajaja.
ResponderEliminarsubirás más textos vic, seguro que Eduador te ha dado para muchos más :)